El uso de las nuevas formas de comunicación por parte de gran cantidad de niños hace necesario
establecer normas básicas de comportamiento ante las mismas.
Ingresar a un nuevo entorno cultural nunca es sencillo.
Supongamos que tomamos a un estudiante de nuestra escuela, lo sacamos de su
aula de clase y lo sentamos a almorzar con una familia Masai en el África.
¿Cómo debe comportarse el joven? ¿Cómo debe consumir los alimentos? ¿Con la
mano? ¿Con algún utensilio? ¿Quién toma el primer plato? Hace falta que
alguien, o alguna información precisa, que lo introduzca en las costumbres
básicas de esta tribu porque, de lo contrario, nuestro estudiante estará
desubicado y no sabrá qué hacer. O peor lo que haga lo hará mal, y hasta podrá
dañar con su actitud a otras personas. Algo similar ocurre cuando ingresamos al
ciberespacio. Este es un lugar inmenso[ii] por no decir casi infinito, indefinido,
cambiante, y que alberga cada vez a más personas de todo el planeta. Todas ellas provenientes de diferentes
culturas, todas ellas con diferentes intereses y motivaciones. Sumado al hecho
de que cuando alguien compra un computador y contrata un prestador de servicios
de Internet, habitualmente no hay nadie que le indique el modo ético de usarlo;
soporte técnico encontrará fácilmente, pero rara vez recibirá apoyo para
determinar si el uso que da a la herramienta es correcto o no.
Ahora bien, si bien, como en cualquier comunidad humana se
crearon leyes claras que sancionan y normalizan los comportamientos de todos
los habitantes del ciberespacio, para lograr que esta comunidad formada en el
espacio virtual logre convivir sin problemas. También es cierto que, como en
toda comunidad humana la mera existencia de las leyes no es suficiente para que
éstas se cumplan. Puede haber muchas regulaciones pero, si la gente no las
sigue, es casi como si no existieran. Y como con penalizar, no basta. Es
necesario entonces, que exista además un proceso formativo y educativo para que
tales normas sean apropiadas, interiorizadas y aplicadas.
Surge entonces la necesidad de crear algo más que leyes para
reglamentar y sancionar a los usuarios; hace falta una suerte de manual o
código de conducta que eduque a aquéllos que habitan y habitarán el
ciberespacio. Y que oriente y regule el
uso cotidiano de las nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación,
en tanto proporcionará lineamientos concretos acerca de las precauciones y
responsabilidad a mantener al recurrir a los servicios de las mismas,
promoviendo su uso ético. Persiguiendo evitar comportamientos perjudiciales de
los usuarios del ciberespacio hacia ellos mismos y hacia otros, de manera que,
tendiendo a que con el tiempo y la constancia, estos comportamientos se vuelvan
hábitos de acción.
Como base para la elaboración de un código de ética podemos
tomar por ejemplo los diez mandamientos del Instituto de Ética e informática
del Computer Professionals for Social Responsibility (http://cpsr.org)[iii].
1. No usar el ordenador para hacer daño a otras personas.
2. No interferir (o intervenir) el trabajo informático de
otro.
3. No husmear en los ficheros informáticos de otro.
4. No usar un ordenador para robar.
5. No usar el ordenador para levantar falso testimonio.
6. No copiar ni usar como propietario software por el que no
se pagó licencia.
7. No emplear los recursos informáticos de terceros sin
autorización o compensación.
8. No adueñarse del trabajo intelectual de otro.
9. Evaluar las consecuencias sociales del programa
informático o el sistema que está diseñando.
10. Emplear la informática asegurando el respeto y la
dignidad del ser humano.
Si bien pueden parecer
normas alejadas a nuestra idiosincracia, en realidad no lo son y pueden
ayudarnos a que, en colaboración con nuestros alumnos, en clase, podamos
elaborar un código ético de conducta que nos permita trabajar y sentirnos
cómodos cuando usamos las Nuevas Tecnologías Informáticas y de la Comunicación.
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